22 de abril: San Hugo de Grenoble

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San Hugo (1053 – 1132), el santo que hoy se celebra, podría considerarse como cofundador de la primera Cartuja ya que él fue el obispo que recibió a San Bruno y sus seis compañeros en su diócesis, y fue él quién les otorgó a ellos el desierto de la Cartuja («Chartreuse» en francés) para hacer vida monacal allí. A continuación presentamos ocho de las doce lecturas de las maitines (u oficio de lectura) de anoche. Es parte de una biografía de San Hugo de Grenoble escrita por Guigo, quien fue el quinto prior de la Cartuja.

LECTURA 1ª

Reflexionando san Hugo que el Papa que lo había consagrado, Gregorio VII, llamado de la vida monástica al episcopado, había salido de ella con más fervor que el que tenía al entrar, también él aprovechó en todas las virtudes en un año de monje más que lo que suelen aprovechar muchos otros con los trabajos de una larga vida. En adelante, tomó por claustro la circunspección más vigilante, con la que reprimía no sólo los sentidos de su cuerpo sino también los más íntimos sentimientos de su corazón. Por Abad tomó la justicia, a cuyas exigencias fue siempre obedientísimo, tanto en las cosas agradables como en las que lo contrariaban. Adoptó por congregación a compañeros religiosos, de cuyo consorcio nunca quiso privarse, por aquello de la Escritura: «Con el piadoso serás piadoso, intachable con el varón sin tacha»; más aún, adoptó a toda la Iglesia universal, a la que abrazaba con un afecto de tan sincera dilección, que no podía sufrir impasible sus luchas y persecuciones sin hacer suyas las palabras del Apóstol: “¿Quién desfallece que no desfallezca yo? ¿Quién se escandaliza que yo no me abrase?” Siempre se dolía de sus luchas y se gozaba con sus triunfos.

LECTURA 2ª

Así vivía nuestro santo, y, no habían pasado aún tres años de su episcopado después de su salida del monasterio, cuando se le presentó el maestro Bruno, varón famoso por su ciencia y su santidad, y modelo de honestidad, de gravedad y de religiosa madurez. Lo acompañaban en su ideal el maestro Landuino (que fue el que lo siguió como Prior de la Cartuja); los dos Esteban, el de Burg y el de Die (canónigos los dos de san Rufo, que, con permiso de su Abad, se habían unido a Bruno por el deseo de una vida solitaria); Hugo, a quien llamaban “el Capellán” porque era el único de ellos que ejercía las funciones de sacerdote; y los dos laicos –a quienes llamamos “conversos”– Andrés y Guarino. Buscaban un lugar apropiado para llevar vida eremítica y aún no lo habían encontrado. Con esta esperanza, y atraídos por el aroma de su santa vida, se presentaron a este bendito varón, quien los acogió no sólo gratamente, sino con veneración, y los ayudó a cumplir sus deseos. Con sus consejos, su ayuda y su compañía, entraron en el desierto de Cartuja y construyeron el monasterio. Poco antes, el Obispo había visto en sueños, en la misma soledad de Cartuja, a Dios construyéndose una morada, y siete estrellas que le señalaban el camino: figuraban a estos siete varones. Así prevenido, no se limitó a acoger con agrado los designios de ellos, sino que continuó haciendo lo mismo con sus sucesores, favoreciendo siempre, hasta su muerte, a los moradores de Cartuja con sus consejos y su ayuda material.

LECTURA 3ª

Aunque ya antes era todo él una llama ardiente de amor divino, de tal manera se enfervorizó en los ejercicios de la vida espiritual con la compañía y ejemplos de aquellos santos varones, como si cada uno hubiera sido una hoguera a su alrededor. Se comportaba con ellos no como obispo, sino como compañero y humildísimo hermano, siempre dispuesto a servirles a todos en cuanto le fuera posible. Así ocurrió que el venerable Guillermo, Prior a la sazón de san Lorenzo y más tarde Abad del monasterio de san Teofredo, muy unido también a Maestro Bruno con religiosa devoción, y compañero de celda de san Hugo (pues en aquellos comienzos también los compañeros de Bruno vivían de dos en dos en cada celda), más de una vez se quejó de que en los servicios más humildes de la celda siempre se le adelantaba, y que el Obispo no se portaba con él como un compañero sino como el más humilde servidor, afirmando con pena que él no podía nunca realizar los oficios más bajos, que deberían hacer por turno, según la costumbre, porque se adelantaba siempre Hugo.

LECTURA 4ª

Tan devoto morador del desierto se mostraba Hugo, que a veces tenía que invitarle a marchar el Maestro Bruno, diciéndole: “Id a vuestras ovejas, y atendedlas como es vuestro deber”. Por aquel tiempo, ardiendo en deseos de gran pobreza y humildad, quiso vender su caballeriza y, distribuyendo el producto de su venta entre los pobres, consagrarse él a la vida apostólica caminando por sus propios pies. Pero el Maestro Bruno, hombre de profundo corazón, a cuyos consejos se sometía Hugo no menos que si fueran órdenes de su Abad, no se lo consintió, temiendo no fuera a caer en los lazos de la soberbia, o a ser tachado de singularidad por los demás obispos, o (lo que no era dudoso) exponerse a no poder cumplir su oficio por la aspereza y dificultad de los caminos. Sucedió entonces que, al despegarse de las cosas terrenas, se dio con nuevo fervor a las del espíritu, y, por los excesos en las vigilias, ayunos, lecturas, oraciones, meditaciones y otros ejercicios espirituales, le sobrevino una gravísima enfermedad de cabeza y de estómago, cuyos dolores frecuentes y vivos sobre toda ponderación, lo acompañaron hasta el fin de su vida durante más de cuarenta años.

LECTURA 5ª

Pero, ¿cómo podremos resumir en tan breve espacio, ni siquiera recordar, las excelentes dotes de que estuvo adornado? El Señor había reunido en él tal riqueza de virtudes que, distribuidas entre muchos, los hubiera hecho ilustres. Si alabamos la castidad, ¿quién más limpio que él?; si la verdad de sus palabras, ¿quién más prudente en el hablar?; si el amor de Dios, ¿quién más ferviente?; si el amor al prójimo, ¿quién más compasivo?; si su humildad, ¿quién se anonadó más?; si su amor a la limosna, ¿quién más anirroto?; si su vida de oración, ¿quién más devoto?; si el don de lágrimas, ¿quién las derramó más abundantes?; si su contemplación, ¿quién la alcanzó más sublime?; si su paciencia, ¿quién más probado en la tribulación?; si su justicia, ¿quién más exigente?; si su prudencia, ¿quién más cir- cunspecto?; si su templanza, ¿quién más moderado? Y siendo tal en todas las virtudes, él mismo se repetía con el Evangelio: “Cuando hubiereis hecho todas estas cosas, decid: Siervos inútiles somos”; acusándose siempre como un obrero inútil y sin provecho, que ocupaba el lugar del obispo para recibir sus honores y consumir sus bienes, sin tener obras de obispo ni méritos de obispo.

LECTURA 6ª

Considerando, en un profundo examen, no lo que tenía de virtud sino lo que le faltaba, buscaba por todos los medios verse libre de la carga del episcopado, deseo que lo acompañó siempre hasta el sepulcro. Con este propósito envió legados y cartas al Papa Honorio II. Pero como los legados no obtuvieran del Papa lo que pedía, sino que más bien éste le enviaba cartas de aliento para consolarlo y exhortarlo a perseverar en el cargo, Hugo mismo, aunque agravado ya por los años y los achaques, determinó presentarse en persona al Romano Pontífice, suplicándole humildemente licencia para descansar en su ancianidad, y que diera a la Iglesia de Grenoble un nuevo y más competente pastor. Pero ni él mismo, aunque juzgaba tener muchas y justas razones, espirituales y temporales, pudo conseguir que se le permitiera dedicar los últimos años de su vida a Dios y a su alma. Pues se juzgó que con sola su autoridad y el ejemplo de su santa vida aprovecharía más a su grey, débil y enfermo, que cualquier otro sano y robusto. El Romano Pontífice le concedió otras cosas que solicitaba y, honrado y consolado, volvióse a su sede.

LECTURA 7ª

Si ya antes sus palabras y sus actos habían revelado la presencia de Dios en su bendita alma, fue principalmente en su última enfermedad donde brillaron sus grandes méritos y su encendido afecto al Señor, y donde no pudo quedar oculto el verdadero amor que durante su larga vida había profesado a la justicia y la verdad. Ocurrió, en efecto, que por la excesiva violencia de la enfermedad perdió casi por completo la parte de la memoria que afecta a las cosas sensibles y temporales, que son comunes a buenos y malos. Borrada o confusa la memoria para estas cosas, no sólo la conservó como antes para las concernientes a la virtud y al culto divino –tan conforme a hombres santos y ángeles–, sino que la puso de manifiesto con más constancia y a veces con mayor fervor, de tal modo que con súplicas, salmos y golpes de pecho imploraba día y noche el auxilio de la divina clemencia.

LECTURA 8ª

¿Qué más podemos decir? Así perseveró hasta el fin. Mostrando siempre un amor especial hacia su Cartuja y su indigno Prior (lo que con lágrimas escribimos), sin olvidarlos en medio de tantas aflicciones. El año, pues, de la Encarnación del Señor de mil ciento treinta y dos, a los ochenta de su edad y a los cincuenta y dos de su consagración, en las calendas del mes cuarto o abril, el viernes anterior al Domingo de Ramos, hacia la media noche, el santo Hugo, gozando de fama singular por sus virtudes entre los obispos de su tiempo, después de repartir sus últimos bienes y de encomendar su Iglesia, y gozando de gran paz, voló al Señor, dejando como sustituto y sucesor suyo a un cartujo, como largo tiempo había deseado.

***

Oración:

Señor, tu hiciste a San Hugo instrumento
de tu providencia para manifestar a nuestros
Padres el interés de la Iglesia por la vida
contemplativa; concédenos, por sus ruegos,
progresar sin desfallecer en nuestra vocación.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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Imágenes utilizadas (en el orden en que aparecen en esta publicación):

  1. San Hugo recibe a Bruno y sus compañeros. San Hugo entrega la Chartreuse a los fundadores. Detalle de Escenas de la vida de san Bruno y de la orden de la Cartuja. Escuela alemana, c1490-1500 Gemäldegalerie, Berlín. Detalle.
  2. San Hugo, Obispo de Grenoble (cuadro que pintó Francisco de Zurbarán para la Cartuja de Jerez)
  3. Los orígenes de la Orden, grabado en la edición princeps de los Estatutos por Amorbach, Basilea, 1510.
  4. ‘San Hugo en el refectorio de los cartujos’, de Francisco de Zurbarán.
  5. San Bruno se despide de San Hugo antes de su viaje a Roma (Vicente Carducho). Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado.

A modo de aclaración: Existen tres ciclos de lecturas de maitines: A, B y C. Cada casa (monasterio cartujo) elige qué ciclo seguir. Las lecturas que aquí se presentan pertenecen al ciclo A (lecturas 1 a 8).

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