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Homilía de Juan Lanspergio (monje cartujo +1539)
El Creador, bueno y clemente, no pudiendo soportar más la pérdida de los hombres, conmovido de inefable misericordia, envió un ángel, no cualquiera, sino uno de los primeros, el Arcángel San Gabriel, a una ciudad de Galilea, cuyo nombre era Nazaret, donde vivían los padres de la futura Madre de Dios, en cuya casa vivía la Virgen Santísima, que había ya venido del Templo y estaba desposada con San José. El ángel fue enviado a una Virgen. ¡Oh verdaderamente Virgen, Virgen siempre, Virgen de corazón y de espíritu, Virgen cuya pureza brillaba más que la angélica! ¡Virgen, en fin, dotada de tal belleza, que de la inmensa multitud de los hombres, el Rey Celestial, Hijo del Altísimo, la quiso solo a Ella, por su Madre!
El ángel, pues, entró para saludar a esta Virgen bendita y llevarle el mensaje de Dios, un mensaje tal que jamás se había llevado semejante a la tierra. Pero, ¿a dónde entró cerca de la Virgen? Estaba sentada Ella en el retiro de la morada paterna, en su alcoba y rogando a Dios con todas las fuerzas de su espíritu por la liberación de los hombres, únicamente atenta a la contemplación divina y como absorbida toda en Dios. Pues su espíritu estaba siempre íntimamente unido a Dios, a causa de la gran pureza de su corazón, de suerte que ella podía, cada vez que lo quería, tender a Dios por la contemplación. Es la razón por la que, mientras estaba sentada, suplicando ardientemente a Dios por la venida de Cristo, el Mesías, entró el ángel en esta alcoba en donde vacaba a Dios a sí misma; y le dijo con la más grande reverencia, como convenía tratar a aquella que iba a ser pronto Madre de Dios: “Dios te salve, llena de gracia”, adornada y colmada de la excelencia de todas las virtudes, de toda suerte de dones y carismas. En efecto, a las demás este beneficio se ha concedido en parte, pero en ti se ha infundido la plenitud de toda gracia.
Salve, pues, oh María, colmada de gracia, enteramente exenta de toda mancha, de la menor falta, toda bella, inmaculada, llena de gracia, hasta el punto de que en ti jamás se ha hallado cosa alguna que desagradara a Dios, ni siquiera por un solo momento, sino que la gracia te invadió toda entera y te poseyó toda entera. El Señor está contigo, la Trinidad Santísima está contigo, y esto no de una manera común y vulgar, sino de un modo particular y singularísimo. Porque el Señor se complació en ti y Aquel que te creó tiene sus delicias en morar siempre contigo, atraído por tu belleza. Él mismo te preservó de tal suerte que en ti no hay entrada para tus enemigos. Él siempre está contigo y mora en ti, confirmándote y rodeándote de su gracia, no dejándote nunca, sino preparando en ti una morada digna y conveniente para su Hijo que ha deseado nacer de ti.
Tú eres bendita entre todas las mujeres, más aún, entre todas las criaturas, tú que fuiste prevenida de tantas bendiciones de la divina dulzura, que el Todopoderoso, tu Creador, decidió ser tu Hijo; y Él, que es inmenso en Sí mismo, quiso nacer de ti pequeño. Bendita eres entre todas las mujeres, tú que gozas del honor de la virginidad, tú que sola entre todas las mujeres has concebido sin mengua del pudor y has dado a luz sin dolor, y que por esta concepción y este alumbramiento, has quedado más pura y más santa. Tú que has hallado gracia delante de Dios, lo ha dicho el Arcángel. Aunque sé que tu temor y turbación no vienen de imperfección alguna, sino de tu virtud, quedas, sin embargo, segura de haber hallado gracia delante de Dios; más aún, de haberlo agradado y de haberle sido agradable más allá de toda medida, en razón de tus virtudes eminentes, de tu espíritu, de tus oraciones asiduas y ferventísimas, por las cuales has pedido y hallado la gracia. ¡Oh feliz María, que has pedido y obtenido no la gracia de los hombres, sino la de Dios!
Fuente: Leccionario de maitines – 8 de diciembre – lecturas 9 a 12 – ciclo C.