24 de Junio: San Juan Bautista

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Un día como hoy, pero de 1084, San Bruno y sus seis compañeros fundaron el primer monasterio cartujo. Era 24 de junio, día de San Juan Bautista. Es por esto (y por el tipo de vida que llevó el último profeta) que los cartujos lo tienen como a su santo patrono. Ofrecemos un escrito de Dionisio Cartujano que se lee en las Maitines de hoy.

Cristo y Juan se correspondían mutuamente con un amor muy sincero, muy particular y ardiente. Si bien el amor divino, increado, de Cristo no puede decirse que sea afectivo o sentimental, esto vale, sin embargo, para su amor creado, infuso, espiritual, por razón de diversas causas que lo movían e incitaban a amar, como por ejemplo, la bondad, la semejanza, el parentesco, el conocimiento, la beneficencia, etc. Ahora bien, en Cristo y en Juan brillaban de modo sublime la virtud y la santidad, la gracia y la perfección. Sus almas eran parecidas, parientes, según la carne, se conocían mutuamente aun antes de su nacimiento. Juan recibió de Cristo muy grandes dones, y éste fue dado a conocer por la predicación de aquél, quien consagró todas sus fuerzas en honra del Mesías.

¿Quién podrá, pues, imaginar la intensidad del ardor con que se amaban Cristo y Juan? Esto aparece por el hecho de que hablaban con tanta fidelidad y reverencia el uno del otro en su ausencia, enalteciéndose, alabándose y glorificándose recíprocamente de forma admirable. En efecto, cuando los hombres pensaban que Juan era el Mesías, él se confesó indigno de desatar la correa de sus sandalias, y proclamó: “Es preciso que Él crezca y que yo disminuya”. Y el Salvador, ¿cómo podía alabar mejor a Juan que diciendo que entre los nacidos de mujer no había surgido otro mayor que él? En fin, que Cristo y Juan deseaban y procuraban cada uno el bien del otro con un afecto purísimo y desinteresado. Toda la predicación de San Juan, todo su trabajo de bautizar y toda su vida de asceta tenían como blanco el que Cristo fuese conocido y glorificado por todos.

Por otra parte, Cristo y Juan se comunicaban mutuamente sus secretos. Cristo reveló a Juan muchas cosas sobrenaturales y arcanas, muchos hechos saludables y divinos, tanto hablando con él personalmente como iluminándolo espiritualmente. Antes de nacer, ya le dio a conocer de una manera maravillosa su presencia, y al ir a ser bautizado por él, le dijo: “Déjame hacer ahora, pues conviene que cumplamos toda justicia”. A continuación reveló a Juan el misterio de la Beatísima Trinidad, y le manifestó que sería Él mismo, Jesús, quien bautizaría en el Espíritu Santo, pues tenía un poder de excelencia sobre el bautismo. Juan, por su parte, abrió también su corazón a Cristo, diciéndole: “Soy yo quien debo ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” Y espiritualmente no cesaba de hablar con la divinidad de Cristo.

Diremos aún que Cristo y Juan convivieron gozosos y felices. Sin embargo, alguien se preguntará cómo pudo ser esto, ya que Juan no fue de los que siguieron a Cristo, sino que desde su adolescencia permaneció en el desierto. A lo cual hay que responder que Juan, como varón perfectísimo y lleno de amor espiritual, no tenía necesidad de la presencia corporal de Cristo, no sentía por Él un afecto sentimental, ni buscaba el trato personal con Él; pero convivió de un modo continuo con Él en un nivel más alto y divino, permaneciendo en esta unión dulce y familiarmente, contemplándolo espiritualmente, viviendo en su presencia, caminando delante de Él como David, más aún, caminando con Él como se lee de Henoc. Los Apóstoles, por el contrario, estaban tan apegados a la presencia corporal y a la vista de Jesucristo, que esto les servía de impedimento para recibir la plena efusión del Espíritu Santo, y así Cristo Señor, Verdad soberana, les dijo: “Si yo no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros”. En fin, Cristo y Juan se entregaron mutuamente hasta el punto de dar la vida el uno por el otro: Cristo por la redención y salvación de Juan, y Juan por la defensa de la justicia y por la honra del Mesías.

Fuentes: Lecturas de Maitines – Ciclo «C» – 24 de Junio – Lecturas 5 a 8 (Cartuja San José 2020)

Imágen: El Niño Jesús y San Juan Bautista (Murillo)

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