Hace 10 años el Papa Benedicto XVI visitaba la Cartuja

Hoy se cumplen 10 años de la histórica visita de el Papa emérito Benedicto XVI a la Cartuja de Serra San Bruno, al sur de Italia, en la región de Calabria. Fue en aquella cartuja en donde San Bruno, padre fundador de la Orden, murió. Benedicto pronunció la homilía durante el rezo de Vísperas que a continuación transcribimos.

Venerados Hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos cartujos,
hermanos y hermanas,

Doy gracias al Señor que me ha traído a este lugar de fe y de oración, la Cartuja de Serra San Bruno. Al renovar mi saludo reconocido a monseñor Vincenzo Bertolone, arzobispo de Catanzaro-Squillace, me dirijo con gran afecto a esta comunidad cartuja, a cada uno de sus miembros, a partir del Prior, padre Jacques Dupont, a quien doy las gracias de corazón por sus palabras, pidiéndole que haga llegar mi pensamiento grato y bendiciente al Ministro General y a las Monjas de la Orden.

Quisiera ante todo subrayar que esta visita mía se pone en continuidad con algunos signos de fuerte comunión entre la Sede Apostólica y la Orden Cartuja, que han tenido lugar durante el siglo pasado. En 1924 el Papa Pío XI emanó una Constitución Apostólica con la que aprobó los Estatutos de la Orden, revisados a la luz del Código de Derecho Canónico. En mayo de 1984, el beato Juan Pablo II dirigió al Ministro General una Carta especial, con ocasión del noveno centenario de la fundación por parte de san Bruno de la primera comunidad en la Chartreuse, cerca de Grenoble. El 5 de octubre de ese mismo año, mi amado Predecesor vino aquí, y el recuerdo de su paso entre estos muros está aún vivo. En la estela de estos acontecimiento pasados, pero siempre actuales, vengo hoy a vosotros, y quisiera que este encuentro nuestro pusiera de relieve un vínculo profundo que existe entre Pedro y Bruno, entre el servicio pastoral a la unidad de la Iglesia y la vocación contemplativa en la Iglesia. La comunión eclesial de hecho necesita una fuerza interior, esa fuerza que hace poco el padre prior recordaba citando la expresión «captus ab Uno», referida a san Bruno: «aferrado por el Uno», por Dios, «Unus potens per omnia«, como hemos cantado en el himno de las Vísperas. El ministerio de los pastores toma de las comunidades contemplativas una linfa espiritual que viene de Dios.

«Fugitiva relinquere et aeterna captare«: abandonar las realidades fugitivas e intentar aferrar lo eterno. En esta expresión de la carta que vuestro Fundador dirigió al Preboste de Reims, Rodolfo, se encierra el núcleo de vuestra espiritualidad (cfr Carta a Rodolfo, 13): el fuerte deseo de entrar en unión de vida con Dios, abandonando todo lo demás, todo aquello que impide esta comunión y dejándose aferrar por el inmenso amor de Dios para vivir sólo de este amor. Queridos hermanos, vosotros habéis encontrado el tesoro escondido, la perla de gran valor (cfr Mt 13,44-46); habéis respondido con radicalidad a la invitación de Jesús: “Si quieres ser perfecto, le dijo Jesús ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme» (Mt 19,21). Todo monasterio – masculino o femenino – es un oasis en el que, con la oración y la meditación, se excava incesantemente el pozo profundo del que tomar el “agua viva” para nuestra sed más profunda. Pero la Cartuja es un oasis especial, donde el silencio y la soledad son custodiados con particular cuidado, según la forma de vida iniciada por san Bruno y que ha permanecido sin cambios en el curso de los siglos. “Habito en el desierto con los hermanos”, es la frase sintética que escribía vuestro Fundador (Carta a Rodolfo, 4). La visita del Sucesor de Pedro a esta histórica Cartuja pretende confirmar no sólo a vosotros, que vivís aquí, sino a toda la Orden en su misión, de lo más actual y significativa en el mundo de hoy.

El Papa Benedicto XVI en la cartuja de San Bruno (Calabria)

El progreso técnico, especialmente en el campo de los transportes y de las comunicaciones, ha hecho la vida del hombre más confortable, pero también más agitada, a veces convulsa. Las ciudades son casi siempre ruidosas: raramente hay silencio en ellas, porque un ruido de fondo permanece siempre, en algunas zonas también de noche. En las últimas décadas, además, el desarrollo de los medios de comunicación ha difundido y amplificado un fenómeno que ya se perfilaba en los años Sesenta: la virtualidad, que corre el riesgo de dominar sobre la realidad. Cada vez más, incluso sin darse cuenta, las personas están inmersas en una dimensión virtual a causa de mensajes audiovisuales que acompañan su vida de la mañana a la noche. Los más jóvenes, que han nacido ya en esta condición, parecen querer llenar de música y de imágenes cada momento vacío, casi por el miedo de sentir, precisamente, este vacío. Se trata de una tendencia que siempre ha existido, especialmente entre los jóvenes y en los contextos urbanos más desarrollados, pero hoy ha alcanzado un nivel tal que se habla de mutación antropológica. Algunas personas ya no son capaces de quedarse durante mucho rato en silencio y en soledad.

He querido aludir a esta condición sociocultural, porque esta pone de relieve el carisma específico de la Cartuja, como un don precioso para la Iglesia y para el mundo, un don que contiene un mensaje profundo para nuestra vida y para toda la humanidad. Lo resumiría así: retirándose en el silencio y en la soledad, el hombre, por así decirlo, se “expone” a la realidad de su desnudez, se expone a ese aparente “vacío” que señalaba antes, para experimentar en cambio la Plenitud, la presencia de Dios, de la Realidad más real que exista, y que está más allá de la dimensión sensible. Es una presencia perceptible en toda criatura: en el aire que respiramos, en la luz que vemos y que nos calienta, en la hierba, en las piedras… Dios, Creator omnium, atraviesa todo, pero está más allá, y precisamente por esto es el fundamento de todo. El monje, dejando todo, por así decirlo, “se arriesga”, se expone a la soledad y al silencio para no vivir de otra cosa más que de lo esencial, y precisamente viviendo de lo esencial encuentra también una profunda comunión con los hermanos, con cada hombre.

Alguno podría pensar que sea suficiente con venir aquí para dar este “salto”. Pero no es así. Esta vocación, como toda vocación, encuentra respuesta en un camino, en la búsqueda de toda una vida. No basta, de hecho, con retirarse a un lugar como éste para aprender a estar en la presencia de Dios. Como en el matrimonio, no basta con celebrar el Sacramento para convertirse en una cosa sola, sino que es necesario dejar que la gracia de Dios actúe y recorrer juntos la cotidianeidad de la vida conyugal, así el llegar a ser monjes requiere tiempo, ejercicio, paciencia, “en una perseverante vigilancia divina – como afirmaba san Bruno – esperando el regreso del Señor para abrirle inmediatamente la puerta» (Carta a Rodolfo, 4); y precisamente en esto consiste la belleza de toda vocación en la Iglesia: dar tiempo a Dios de actuar con su Espíritu y a la propia humanidad de formarse, de crecer según la medida de la madurez de Cristo, en ese particular estado de vida. En Cristo está el todo, la plenitud; necesitamos tiempo para hacer nuestra una de las dimensiones de su misterio. Podríamos decir que éste es un camino de transformación en el que se realiza y se manifiesta el misterio de la resurrección de Cristo en nosotros, misterio al que nos ha remitido esta tarde la Palabra de Dios en la lectura bíblica, tomada de la Carta a los Romanos: el Espíritu Santo, que resucitó a Jesús de entre los muertos, y que dará la vida también a nuestros cuerpos mortales (cfr Rm 8,11), es Aquel que realiza también nuestra configuración a Cristo según la vocación de cada uno, un camino que discurre desde la fuente bautismal hasta la muerte, paso hacia la casa del Padre. A veces, a los ojos del mundo, parece imposible permanecer durante toda la vida en un monasterio, pero en realidad toda una vida es apenas suficiente para entrar en esta unión con Dios, en esa Realidad esencial y profunda que es Jesucristo.

¡Por esto he venido aquí, queridos hermanos que formáis la comunidad cartuja de Serra San Bruno! Para deciros que la Iglesia os necesita, y que vosotros necesitáis a la Iglesia. Vuestro lugar no es marginal: ninguna vocación es marginal en el Pueblo de Dios: somos un único cuerpo, en el que cada miembro es importante y tiene la misma dignidad, y es inseparable del todo. También vosotros, que vivís en un aislamiento voluntario, estáis en realidad en el corazón de la Iglesia, y hacéis correr por sus venas la sangre pura de la contemplación y del amor de Dios.

Stat Crux dum volvitur orbis – así reza vuestro lema. La Cruz de Cristo es el punto firme, en medio de los cambios y de las vicisitudes del mundo. La vida en una Cartuja participa de la estabilidad de la Cruz, que es la de Dios, de su amor fiel. Permaneciendo firmemente unidos a Cristo, como sarmientos a la Vid, también vosotros, hermanos cartujos, estáis asociados a su misterio de salvación, como la Virgen María, que junto a la Cruz stabat, unida al Hijo en la misma oblación de amor. Así, como María y junto con ella, también vosotros estáis insertos profundamente en el misterio de la Iglesia, sacramento de unión de los hombres con Dios y entre sí. En esto vosotros estáis también singularmente cercanos a mi ministerio. Vele por tanto sobre nosotros la Madre Santísima de la Iglesia, y que el santo padre Bruno bendiga siempre desde el cielo a vuestra comunidad.

¿Se convirtió San Bruno por las palabras de un muerto?

Poco antes de morir Teresa de Lisieux le dijo a una de sus hermanas de sangre: “Si los santos volvieran a la Tierra, la mayoría no se reconocería por lo que decimos y lo que escribimos sobre ellos.”

En pocos días celebraremos la solemnidad de San Bruno de Colonia, fundador de la Orden de los cartujos, fallecido el 6 de octubre de 1101. Una de las cosas en las cuales seguramente este santo no se reconocería en absoluto es en la leyenda que nació en torno a su conversión y vocación. Esta leyenda aparece por primera vez en forma escrita hacia el año 1300 (es decir, 200 años luego de la muerte del santo), y dice así:

Funeral de Raymond Diocrès, detalle de «Escenas de la vida de san Bruno y de la orden la Cartuja» – (Escuela alemana, c1490-1500 Gemäldegalerie, Berlín)

Falleció en París un famoso doctor. En sus funerales de cuerpo presente y con asistencia de la Universidad, se incorporó el difunto para exclamar: —Por justo juicio de Dios soy acusado. Al día siguiente se repitió el portento con nueva exclamación: —Por justo juicio de Dios soy juzgado. Y al tercer día, ante una multitud espantada, gritó: —Por justo juicio de Dios soy condenado. Estaba presente Maestro Bruno con varios amigos. Fuertemente impresionado, arengó a sus compañeros y con seis de ellos se retiró a la soledad.

Uno de los argumentos más fuertes contra la historicidad de este relato es que la Universidad de París fue fundada en 1150. Nunca hubo una universidad en París durante la vida del santo.

Otro argumento, no menos fuerte que el anterior, es el silencio que el mismo san Bruno conserva acerca de estos hechos en las cartas que de él se conservan, que son dos. En una de ellas incluso le recuerda al remitente, su amigo Raúl, cómo en realidad nace su vocación a la soledad de la Cartuja:

¿Te acuerdas, amigo mío, del día en que nos encontrábamos juntos tú y yo con Fulcuyo le Borgne en el jardincillo contiguo a la casa de Adam, donde entonces me hospedaba? Hablamos, según creo, un buen rato de los falsos atractivos del mundo, de sus riquezas perecederas y de los goces de la vida eterna. Entonces, ardiendo en amor divino, prometimos, hicimos voto y decidimos abandonar en breve las sombras fugaces del siglo para captar los bienes eternos, y recibir el hábito monástico.

Tampoco mencionan el hecho quienes sobre él escribieron luego de su muerte en el “rollo de los sufragios”. Este “rollo” es una recopilación de 178 mensajes que escribieron diferentes contemporáneos del santo, de diversas partes de Europa. Por último, nada se menciona de esta espectacular conversión en la primera biografía que se escribe de San Bruno, en el año 1136:

El Maestro Bruno, alemán de nación, de la célebre ciudad de Colonia, nacido de conocida familia, muy instruido en letras profanas y divinas, canónigo de la iglesia de Reims —primera sede de las Galias— y su maestrescuela, abandonando el mundo, fundó el desierto de Cartuja y lo rigió seis años. Mandado por el papa Urbano, del que antes había sido maestro, marchó a la Curia para ayudar al mismo Pontífice con su apoyo y consejo. Pero no pudiendo resistir la agitación y costumbre de la Curia, ardiendo en deseos de la soledad y quietud perdidas, dejó la Curia, rechazó el arzobispado de Reggio, para el cual por voluntad del Papa había sido elegido, y se retiró al yermo de Calabria llamado la Torre. Reunidos allí numerosos laicos y clérigos, llevó a cabo, mientras vivió, su programa de vida solitaria. Y allí murió y fue enterrado, unos once años después de dejar Cartuja.

“La conversión de San Bruno ante el cadáver de Diocres” (por Vicente Carducho)

No solo en la época medieval la leyenda sobre su conversión fue repetida como un dogma por poetas, hagiógrafos y artistas. Incluso hoy todavía se repite. Pero la verdad es austera, como la vida de un cartujo. No tiene nada de espectacular. El próximo 6 de octubre, día de san Bruno, tendremos una buena oportunidad para comenzar a prescindir en nuestra espiritualidad de tantas leyendas que rodean muchas veces las vidas de los santos. De buscar la verdad se trata. Y la verdad nos hace libres.

Fuentes:
Maestro Bruno, padre de monjes (por un Cartujo) Biblioteca de Autores Cristianos – Madrid, 1980.

Cita de Santa Teresa de Lisieux: Carmelite Authors 101: St. Thérèse of Lisieux – YouTube

Iconografía de San Bruno: la rama de olivo y el salmo 52 (51)

Una de las muestras más antiguas de la iconografía de San Bruno, fundador de la Orden de la Cartuja, es la que muestra al santo con una  la rama de olivo. Otros de los símbolos que porta en mucha de su iconografía es una cruz arborescente, símbolo de fe y de penitencia, ante ella  la contempla extasiado; algunos autores la asocian a ramas de olivo también.

Según la autora López Campuzano, la imagen más antigua de San Bruno portando este símbolo se encuentra entre las xilografías de Woensanu para los libros  Sancti Brunonis y Sermtí di Luneto Brunote, escritos en 1516 por el prior Dom Petras Blomevenna (cartuja de Santa Bárbara de Colonia).

Además de la rama de olivo lleva un libro abierto en donde se lee parte del salmo 52 (51). La autora comenta: «debe entenderse como la presencia de San Bruno en la Iglesia, dando permanentemente frutos de santidad por sí y por medio de su Orden».

  «Ego sicvt oliva frvctifera in domo dei»

(Yo seré como olivo fructífero en la casa de Dios)

(Ps. 52, 10)

Vita Sancti Brunomis (1516)

Ayer se inauguraba la cuaresma, tiempo de penitencia y preparación para pasión y muerte de Cristo y su resurrección, verdadera razón de la fe católica, en donde se asienta sus cimientos.

Meditemos el salmo 52: El amor de Dios dura por siempre

Del maestro de coro. Poema de David.
Cuando el edomita Doeg vino a avisar a Saúl, diciéndole: «David ha entrado en casa de Ajimélec».

¿Por qué te jactas de tu malicia,
hombre prepotente y sin piedad?

Estás todo el día tramando maldades,
tu lengua es como navaja afilada,
y no haces más que engañar.

Prefieres el mal al bien,
la mentira a la verdad;

Amas las palabras hirientes,
¡lengua mentirosa!

Por eso Dios te derribará,
te destruirá para siempre,
te arrojará de tu carpa,
te arrancará de la tierra de los vivientes.

Al ver esto, los justos sentirán temor
y se reirán de él, diciendo:

«Este es el hombre
que no puso su refugio en Dios,
sino que confió en sus muchas riquezas
y se envalentonó por su maldad».

Yo, en cambio, como un olivo frondoso
en la Casa de Dios,
he puesto para siempre mi confianza
en la misericordia del Señor.

Te daré gracias eternamente
por lo que has hecho,
y proclamaré la bondad de tu Nombre
delante de tus fieles.

López Campuzano, Julia. Aportaciones a la iconografía de San Bruno.